Pasar al contenido principal

Transexualidad, el Tinkuy de la identidad con el territorio en Boliva

Por Edison Andrango (Kichwa, Equipo de CS)

La vida en los valles y el altiplano andino ha sido desde siempre cuna de una profunda diversidad política y cultural. A lo largo de su historia, estos territorios han sido escenario de constantes encuentros (tinkuy) entre pueblos con realidades distintas, donde ha prevalecido la imposición del vencedor, dejando como huella los vestigios de lo que un día fue. Sin embargo, esos vestigios también han servido de base para tejer nuevas realidades.  En el presente de las comunidades andinas, el arraigo cultural parece inamovible, sin espacio para el cuestionamiento. Pero, así como el viento lleva nuevas semillas al campo, los tiempos actuales traen consigo nuevas perspectivas. Bajo esa premisa, el tinkuy —el encuentro con lo nuevo— es inevitable, incluso en los rincones más remotos.

Desde sus comunidades aymaras, en el corazón de los Andes, Joana Lizeth Gonza y Brígida Felipa Ajata Hinojosa —dos mujeres transexuales— alzan su voz para compartirnos su propio encuentro, su propio tinkuy. Una voz que habla de un encuentro íntimo y colectivo: consigo mismas, con sus comunidades, con la transexualidad en diálogo profundo con la identidad indígena, el territorio y la lucha constante por el reconocimiento y la pertenencia. Sus historias, atravesadas por la migración forzada, la reafirmación personal y el respaldo legal, tejen una nueva realidad de resistencia viva, profundamente arraigada en la tierra que las vio nacer.

img

El vínculo con la Tierra

“La tierra florece en mis ojos, yo no me he alejado de mi tierra” Joana.

Para Joana, de la comunidad Villapuni en Escoma, y Brígida, de Bellavista Marca en Oruro, la tierra más que un bien material; es el corazón de su existencia cultural y espiritual. Joana enfatiza la necesidad del territorio para la supervivencia de sus prácticas culturales, para ambas su territorio es su todo, pertenecer a él les ha dado la fortaleza y el conocimiento para reconocer también lo que implica este concepto para sus cuerpos. Esta dependencia vital de la tierra es compartida no solo por ellas sino también por las comunidades que ellas aman pero que consideran deben tener un debate profundo en cuanto a la visión patriarcal en los procesos de repartición de herencias. Aunque para ellas el acceso a las tierras haya tenido diferentes limitantes  describen la necesidad de su posesión legal y legítima no sólo para su supervivencia práctica sino también para su conexión espiritual. Solo allí es donde puede continuar con las tradiciones heredadas de sus ancestros.¿Por qué el acceso a tierras habría de ser diferente para las mujeres trans? fue la pregunta a la que tuvieron que dar respuesta por sí mismas, un camino que se vió marcado por constantes encuentros de opiniones divididas, una serie de discrepancias causadas por falta de conocimiento pero que fueron subsanadas con el tiempo.

 

Migración y Reafirmación de la Identidad Trans Aymara

Joana y Brígida nos muestran el camino que recorrieron para asumir plenamente su identidad de género. Joana salió de su comunidad como un "niño con un nombre diferente", y al regresar, aunque ya con su identidad como mujer trans recuerda como en sus inicios mantuvo silencio ante los señalamientos, "la comunidad bien sabe quién soy" relata, con esto dando a entender lo que lo complejo que fue mantener la calma en este nuevo encuentro. 

Brígida, por su parte creció fuera de su comunidad pero siempre mantuvo el vínculo con su tierra. Salió a una edad muy temprana y tras varios años regresó ya con su identidad como mujer trans. Este nuevo encuentro para ella “fue un momento crucial, el cambio ha sido radical" relata, pero la aceptación y el cariño con el que fue recibida son memorias inamovibles. Su decisión de volver a llevar la pollera; una vestimenta tradicional, simbolizaba no sólo su identidad aymara, sino también su reafirmación en la cultura de su pueblo, un acto con profundo significado que si analizamos otros casos en las comunidades indígenas, muchas mujeres abandonan al emigrar. Renunciar a la identidad es parte del ataque sistemático que enfrentamos diariamente los pueblos originarios.

La experiencia de de Joana y Brígida, el paso del tiempo y la aprobación de nuevas leyes les brindaron herramientas clave para comunicar y hacer entender su identidad legal ante las autoridades y otros miembros de su comunidad. La Ley 807, emitida en 2016, respaldó este proceso y las motivó a alzar su voz con más fuerza.

 

 

La Ley 807: Un Pilar para la Titularidad de la Tierra

Un aspecto central en la trayectoria de Joana y Brígida fue el papel fundamental de la Ley 807, Ley de Identidad de Género de Bolivia, que entró en vigencia desde 2016. Esta legislación fue crucial para que ambas pudieran ejercer su derecho a la tierra y obtener la titularidad de sus propiedades. Joana explica cómo la ley facilitó la actualización de sus documentos de identidad, permitiéndole afiliarse a la comunidad con su nombre actual y asumir cargos para contribuir con la misma. Ante la falta de conocimiento de las autoridades locales, su carnet legal se convirtió en la prueba irrefutable de su identidad.

Brígida también testifica cómo la Ley 807 le brindó el respaldo necesario para ser reconocida como sayañera (titular de tierras) en su comunidad, a pesar de haber sido registrada con su identidad masculina anterior. Las notificaciones del Servicio de Registro Cívico (SERECI) a Jachacarangas, la organización originaria que otorga los títulos, permitieron el cambio de nombre sin inconvenientes. Este respaldo legal fue vital para sortear posibles cuestionamientos y reafirmar su derecho a la tierra.

La continua Lucha por la Tierra y el "Cuerpo Territorio"

A pesar de los logros, el camino hacia la plena igualdad y el reconocimiento de la diversidad sexual y de género en las comunidades indígenas aún presenta desafíos. 

El concepto de "cuerpo territorio tierra", acuñado por el feminismo comunitario, resalta la interconexión, (ese encuentro) entre la opresión que sufren los cuerpos de las mujeres y la explotación de la naturaleza. Es una denuncia de cómo el extractivismo y la violencia se consolidan al destruir su ser y el poder de sentirse ellas mismas, y ser ellas mismas implica su conexión con su tierra. Para Joana y Brígida, ser titulares de sus tierras no es solo un derecho legal y legítimo sino una forma de mantener viva su cultura y honrar su identidad, resistiendo la migración, normas de status quo comunitario y la falta de extensa falta de conocimiento. Su lucha por la tierra es una lucha por la existencia, por la supervivencia del cuerpo dentro de sus comunidades y  la afirmación de su identidad en un mundo que a menudo busca borrarlas.

El encuentro (Tinkuy) de Joana y Brígida con las creencias establecidas del mundo andino no es un relato individual: son historias que están ayudando a tejer una nueva realidad dentro de las comunidades, no solo en Bolivia, sino en cada rincón de los Andes. La resiliencia que han demostrado en su adaptación personal y colectiva traza la senda de un futuro posible, si todos nos atrevemos a reflexionar y caminar hacia un horizonte común como seres humanos. Un mundo donde las diversidades sexuales sean acogidas con el mismo respeto que cada práctica cultural y cada fecha sagrada que el cosmos ofrece a los pueblos. Ese es el tinkuy real, en el que ambas florecen juntas. Sólo ese camino de búsqueda compartida por la justicia revelará que la dignidad y la plena pertenencia son posibles en un mundo que aún tiene mucho que aprender de su propia sabiduría y resistencia.