Por David Hernández Palmar | Wayuu
Tatuado con Espinas - Colectivo Asho’ojushi
Como un cuentacuentos que tiene a la niñez de la comunidad alrededor, les contaré algunas anécdotas sobre nuestro proyecto “Tatuado con espinas”. Un proyecto que no solo ha instaurado una conversación en mi pueblo, sino que también me ha provisto de un nuevo camino para entender la medicina Wayuu, la memoria y la defensa territorial marcada en la piel.
Yo soy David Hernández Palmar, hijo de un perito en electrónica y de una maestra de aula. Soy el mayor de cuatro hermanos, feliz compañero de vida, comunicador y fotógrafo. Mis trabajos me han hecho contador del tiempo y “cineasta”.
Siempre supe que el silencio del desierto contiene una memoria infinita, pero no tenía conciencia de que una espina de cactus pudiera marcar mucho más que la piel. Este es un breve relato de lo que vivimos en Majali, una comunidad Wayuu en La Guajira colombiana, donde nos reunimos como pueblo con una delegación Indígena internacional venida desde Groenlandia, Alaska, Ecuador, Panamá, Brasil, Aotearoa/Nueva Zelanda y otros territorios hermanos.
En marzo de 2025, en la comunidad de Majali, municipio de Manaure, en La Guajira, realizamos el Primer Encuentro Internacional de Tatuaje y Marcas Ancestrales Corporales Indígenas. Aunque lo llamamos “el primero”, en realidad es el resultado de muchos años de conversación, escucha, caminata y búsqueda.
En este encuentro nos reunimos como pueblo Wayuu con delegaciones de hermanas y hermanos Indígenas Inuit, Inupiaq, Kichwa de Sarayacu, Chanka-Quechua, Embera Dobida, Guna Dule, Matis, Maorís, Yanakuna, Barí y Nasa, que también respiran memorias marcadas, cada uno con sus silencios, sus tiempos, sus formas de volver. Compartimos los procesos de pueblos que han tenido que gestionar sus marcas hasta hoy día.
Por otro lado, el deseo profundo de afirmarnos y conversar desde lo Wayuu —en relación con nuestra práctica ancestral del tatuaje asho’ojushi—, no como algo perdido, sino como algo que había estado dormido, soñando en silencio, nos permitió reiterar que el asho’ojushi (tatuaje con espinas de cactus y tinta de carbón vegetal) no solo sueña con despertar: está despertando. No por moda ni por preciosismo, sino por una urgencia espiritual, por el derecho a recordar quiénes somos, por el derecho a marcar nuestros cuerpos como territorio, como archivo vivo de dignidad, linaje y memoria.
Por eso, su defensa no es opcional: es vital.
Mientras en Groenlandia los tatuajes tradicionales estuvieron dormidos durante 300 años y en Alaska por 100, en los pueblos amazónicos, como el Matis, la memoria se mantuvo viva por haber tenido menos tiempo de contacto con la sociedad occidental. En el pueblo Wayuu lo que tenemos es una conversación incipiente que pide espacio y cuidado, ya que la mayoría de nuestros jóvenes no conocen el asho’ojushi y muchas veces lo primero que escuchan sobre él proviene del prejuicio o la vergüenza. Por eso, abrir este diálogo sigue siendo tan urgente como necesario y hacerlo desde el territorio es un acto de coherencia.
El encuentro de Majali no es un hecho aislado, sino parte de un proceso mayor que venimos tejiendo desde hace casi dos décadas con el Colectivo Asho’ojushi – Tatuado con Espinas. Este es un proyecto que nace desde la comunicación Indígena y que se ha expandido hacia la pedagogía comunitaria, el cine, la memoria oral, la investigación y la incidencia cultural.
En 2023 organizamos el Primer Foro de Tatuaje Indígena en Bogotá, con la participación de tatuadores y sabedoras de pueblos como el Nasa y el Wayuu. Ese mismo año realizamos el Primer Encuentro de Tatuaje Wayuu en Oorokot, Maicao, y, en 2024, en el resguardo “4 de Noviembre”, llevamos a cabo un taller intergeneracional donde 14 jóvenes Wayuu aprendieron la técnica ancestral. Muchos de ellos, hoy en día, ya están tatuando a sus familiares. ¿Cómo no llamar a esto un renacimiento?
Lo que estamos viviendo no es solo un proceso artístico ni antropológico; es algo mucho más hondo, por lo que decidimos también contarlo desde el cine. “Buscando las Marcas del Asho’ojushi” es un largometraje documental que codirijo junto a Marbel Vanegas Jusayu y cuenta con la producción de Jona Luna y Leiqui Uriana, así como con el apoyo de Tracy Rector y Aka Hansen. Hemos filmado en Colombia, Venezuela y Estados Unidos y, aunque nuestro documental aún está en etapa de postproducción, ya es una herramienta viva, porque no se trata solo de mostrar imágenes, sino de abrir preguntas, porque no se trata de hablar del pasado, sino de interrogarnos qué vamos a hacer con lo que aún late.
En este camino, el sonido ha sido tan importante como la imagen. Gracias al apoyo de Cultural Survival, hemos podido hacer un registro sonoro profundo, amoroso y respetuoso. Voces, silencios, cantos, susurros, testimonios: todo esto ha comenzado a tomar forma en una serie de podcasts que se han producido desde el territorio, con participación directa de las comunidades. Ahí se tejen las palabras de abuelas tatuadas, de jóvenes aprendices, de artistas y de líderes espirituales. Se trata de cápsulas de memoria que pueden escucharse desde cualquier parte del mundo y que ya están disponibles, junto con videos, fragmentos del documental y otros contenidos, en la página www.tatuadoespinas.org y a través de @tatuadoespinas, en redes sociales.
Este camino también ha estado atravesado por el dolor: la partida de Jakeline Romero Epiayú, del clan Epiayú y defensora incansable desde la Fuerza de Mujeres Wayuu, nos ha dejado un vacío profundo. Su palabra y su acción se alzaron contra las violaciones de derechos ocasionadas por megaproyectos, el desplazamiento forzado y la militarización en La Guajira. Sembró conciencia, resistencia y ternura; su legado camina con nosotres.
También nos atraviesa la pérdida brutal del Mayor Espiritual Marcos Yonda, Thẽ´ Wala, del pueblo Nasa, asesinado el 21 de julio de 2025 en la Vereda Taravira. El Tío Marcos acompañó espiritualmente este proyecto, ofreciendo su visión, su medicina, su guía en nuestras ceremonias y procesos colectivos. Como Thẽ´ Wala, él era guardián de los espíritus del sueño (Ksxa’w) y la visión (Ï’khwe’sx), protector del territorio y sanador.
Ambas partidas no solo duelen; nos convocan, porque, en tiempos en que el exterminio simbólico y físico persiste, defender nuestras marcas también es defender a quienes las resguardan. Desde Tatuado con Espinas honramos sus vidas y decimos con claridad: la espiritualidad Indígena no puede seguir siendo blanco de la violencia. Su memoria será semilla; su legado, columna vertebral.
Como dice el pueblo Krenak, por cada historia que contamos posponemos el fin del mundo. Por eso, celebramos cada palabra compartida, cada archivo que se resguarda, cada cuerpo que se marca con dignidad. Les invitamos a seguirnos, apoyarnos y compartir nuestros contenidos, porque hacer soberanía comunicacional también es fortalecer nuestros escritos, nuestras narrativas y nuestros territorios. Contar nuestras historias no es solo recordar: es sostener el futuro.
Este proyecto también nos ha fascinado por cómo ha despertado resonancias profundas más allá de Abya Yala. Pueblos Indígenas de Okinawa, Marruecos y otros rincones del mundo se han contactado con nosotres, reconociendo en esta iniciativa una conversación común sobre memoria, cuerpo y espiritualidad. Ese eco global reafirma que no estamos solos en esta búsqueda y que revitalizar nuestras marcas también es abrir puentes de dignidad entre territorios distantes.
Además, el proyecto cobra una pertinencia particular en un momento donde los cuerpos racializados tatuados están siendo más criminalizados que nunca. En distintas partes del mundo, portar una marca ancestral puede ser causa de hostigamiento, sospecha o incluso deportación. Frente a este contexto, nuestra afirmación estética es también una acción política, porque nuestras marcas no son una amenaza: son historia viva. Marcar el cuerpo, hoy más que nunca, es defender el derecho a existir desde nuestra propia memoria.


