
Hay 40 grados centígrados en el desierto de La Guajira, Colombia. El paisaje es árido, los árboles escasos y el suelo arenoso, anaranjado y caliente. El animal más común que se ve es una cabra, que aparece en la mayoría de los platos a lo largo del día. Esta tierra también está cargada de sueños, ya que así es como los Wayuu reciban sus mensajes y se mantienen conectados. Los Wayuu son la mayor comunidad Indígena de Colombia, pero también tienen su hogar en Venezuela. En 2023, tuvo lugar el primer encuentro de tatuadores Wayuu en La Guajira, territorio tradicional del pueblo Wayuu. Dos años más tarde, del 21 al 23 de marzo de 2025, se celebró en la comunidad Wayuu de Majali el Primer Encuentro Internacional de Tatuaje Indígena y Marcas Ancestrales, que reunió tanto a tatuadores como a no tatuadores para debatir el papel que desempeña el tatuaje en la cultura Wayuu, su cosmología y su viaje después de la muerte.
Este encuentro intergeneracional nació del recorrido de dos cineastas Wayuu que buscaban seguir el camino de tatuadores Indígenas y las historias que tenían para compartir. Asistieron Wayuu de distintas comunidades y clanes, quienes crearon un espacio donde pudieron recordar y soñar juntos y reavivar la práctica tradicional del tatuaje, los unos con los otros. Tanto mujeres mayores como jóvenes dieron y recibieron tatuajes. Para algunas, sería el comienzo de su camino para profundizar su conexión con esta práctica ancestral de marcar la piel.
Kunaq Tahbone (Inupiaq) tatúa las manos de Yesibeth, una joven Emberá, mediante la técnica del punteo manual.
El encuentro también abrió un espacio para que los Wayuu que antes sentían juicios o prejuicios hacia los tatuajes pudieran abrazar el acto de marcar su piel como una forma activa de mantener vivas sus costumbres y la conexión con su clan en el más allá. “Antes me daba vergüenza ser Wayuu, y eso me dolía porque significaba que me avergonzaba de quién era mi madre. Yo amo y respeto a mi madre, así que esa vergüenza me lastimaba. El primer encuentro me ayudó a darme cuenta de que vengo de un gran conocimiento y de un pueblo fuerte. Entonces los mayores me animaron y me dijeron que llegaría a ser un Wayuu fuerte”, dijo un joven participante. Una abuela agregó: “No estamos acostumbradas a compartir tanto, y este encuentro me ha ayudado a ver y entender la importancia de compartir nuestras memorias y costumbres”.
Tradicionalmente, las personas jóvenes no podían hacer preguntas a las personas mayores, y los mayores no permitían que la juventud estuviera presente mientras hablaban. Saber que esta era una experiencia común compartida por muchos Wayuu hizo que escuchar a un mayor decir que ahora ve la necesidad y la importancia de compartir sus recuerdos y costumbres fuera algo poderoso. El encuentro, que creó un espacio para que las abuelas compartieran memorias y expresaran el deseo de seguir transmitiéndolas a las generaciones más jóvenes, fue una señal de que la transformación intergeneracional estaba ocurriendo ante nuestros ojos.
Fern Ngatai (Māori) tatúa a Tumi, un joven Matis.
También fue un espacio para los Wayuu urbanos que crecieron fuera de su comunidad, para regresar a casa y reconectarse con su identidad con orgullo; un espacio donde se derramaron lágrimas y resonaron risas mientras se desenterraban memorias, historias, nombres e imágenes. Al final, les quedó claro a las personas participantes que alimentar este impulso requeriría el apoyo y la solidaridad de otras comunidades Indígenas que han enfrentado los mismos desafíos al reavivar la práctica de marcar la piel.
Participantes de los pueblos Matis, Inuit, Emberá, Maori, Nasa y Kichwa se reunieron para compartir los caminos emprendidos por sus comunidades para reactivar la práctica del tatuaje, así como el significado e impacto que ha tenido en la revitalización de sus formas de vida. Cada integrante compartió el sentido del tatuaje en su comunidad, describiendo su rol en el contexto cultural y los esfuerzos realizados para reactivar o fortalecer este arte. Se sostuvieron conversaciones sobre cómo los Wayuu querían recorrer este despertar de su práctica ancestral. Entre las preguntas que surgieron estaban si se tatuaría exclusivamente personas Wayuu y de otros Pueblos Indígenas, o si se abriría la posibilidad de tatuar a personas no Indígenas—y, en este caso, si esto podría abrir la puerta a la apropiación cultural.
Kunaq Tahbone (Inupiaq) tatuando el brazo de Paloma Abregu.
Para los Wayuu, el asho’ojush (un tatuaje del símbolo del clan realizado con espina de cactus y carbón) es importante porque les ayuda a conectarse con su clan y les permite acceder a las aguas en la otra vida; es un puente que los conecta con la vida y la comunidad. Durante las décadas de 1980 y 1990, cuando muchos niños Wayuu fueron separados por la fuerza de sus familias y entregados a hogares adoptivos en distintas partes de Colombia, el primer tatuaje de estos bebés y niños era una marca para que sus madres pudieran encontrarlos después.
El pueblo Emberá compartió su práctica cultural de tatuajes temporales con tintes vegetales, explicando que las marcas cambian según la etapa de vida o el ritual en el que se encuentren. Ellos usan los tatuajes temporales para contar su historia en la piel.
Michael Guetio Cobo (Nasa) tatuando el brazo de Binan, una persona mayor Matis.
La comunidad Matis de Brasil fue una invitada muy especial en este encuentro, ya que es la que ha tenido la experiencia más reciente de contacto involuntario. Los Matis que participaron viajaron con un médico tradicional mayor para compartir historias sobre cómo su pueblo ha mantenido viva la práctica ritual del tatuaje. El médico tradicional dijo que tenía 16 años cuando vio por primera vez a un hombre blanco, hace 50 años. Su pueblo fue devastado por las enfermedades que los blancos trajeron a sus comunidades, lo que provocó la muerte de casi todos. Solo 80 personas Matis sobrevivieron, y las generaciones más jóvenes emigraron a las ciudades. Las personas mayores Matis vieron cómo las celebraciones tradicionales, en las que los jóvenes recibían tatuajes faciales y perforaciones, estaban por desaparecer, y se sorprendieron cuando esos mismos jóvenes que se habían ido a las ciudades regresaron y pidieron recibir sus tatuajes como parte de sus primeros ritos de iniciación. Estas historias de retorno al territorio, a la tierra, a la comunidad y a las tradiciones fueron recibidas con profundo respeto y atención por quienes estaban presentes. El eco del relato del médico tradicional —que las generaciones jóvenes estaban en el camino correcto al revivir el tatuaje como una práctica activa de su tradición— fue conmovedor.
“Hace algunos años empecé con la idea de hacer tatuajes tradicionales y ayudar a la juventud a aprender el simbolismo del pueblo Nasa a través del tatuaje. El tatuaje siempre ha sido una forma de ver el mundo en mi vida”, dijo Michael Guetio Cobo (Nasa), tatuador de Colombia. “Cuando conocí a dos personas que también querían rescatar y fortalecer el tatuaje entre los Wayuu, comencé este proceso con más entusiasmo. Jonatan y David, coorganizadores del encuentro, me hablaron de esta iniciativa. Querían reunir a un grupo de tatuadores Indígenas de todo el mundo, y bueno, llegó el día. Fue mágico ver cómo nos sentíamos unidos, con diferentes lenguas y técnicas; fue la primera vez que todos hablamos el mismo idioma, unidos por nuestro arte. Este grupo se sentía como una gran familia de personas indomables de todas partes del mundo, y este encuentro me enseñó que la lucha por preservar nuestras culturas, orígenes y lo que somos es enorme. El tatuaje y nuestras diversas formas de pensar nos ayudan a seguir siendo Pueblos Indígenas, sin importar dónde estemos. El tatuaje continuará, y los Pueblos Indígenas seguiremos existiendo”.
Kunaq Tahbone, tatuadora Inupiaq de Nome, Alaska, compartió: “Fue una experiencia increíble asistir al encuentro de tatuaje. Había personas maravillosas allí, y ahora me siento aún más conectada con nuestra familia Indígena de Sudamérica. Las personas y comunidades fueron tan acogedoras que hicieron que se sintiera como en casa. Recordaré este momento y guardaré los recuerdos en mi corazón. Ya se han creado conexiones”.
En este encuentro se formó una pequeña familia a través del intercambio de formas de vida, alegrías, historias de resistencia, risas y momentos de vulnerabilidad de cada pueblo. Espacios como este, donde la solidaridad entre pares crea un terreno fértil para sembrar iniciativas y movimientos dentro de las comunidades Indígenas para profundizar y expandir la repatriación de nuestras formas de vida, son fundamentales para la supervivencia de nuestras culturas.
--Paloma Abregu (Quechua Chanka) lleva más de 10 años trabajando en el movimiento de reivindicación y defensa de los Derechos Indígenas en Perú a través de Saphichay.
Top photo: Binan Shapu (Matis) tatuando a una persona local.